
Es evidente que las cámaras de seguridad son beneficiosas en muchos aspectos; la policía puede detectar las zonas más problemáticas, actuar y por consiguiente arrestar y juzgar a aquéllos que tienen un comportamiento irregular. Sin duda las cintas que recogen un acto vandálico o ilegal son una prueba irrefutable frente a un Juez, por lo que pueden facilitar mucho el hecho de hacer cumplir la ley a aquellos que no la respetan. Otro aspecto importante es el poder disuasorio que tienen los objetivos de estas cámaras; muchos delincuentes dejan de cometer delitos gracias a la presencia de las cámaras.
Sin embargo, las cámaras de circuito cerrado están lejos de ser la solución perfecta. El principal problema que se deriva es el derecho a la privacidad; ¿Debemos someter nuestra privacidad en favor de la seguridad colectiva?, es el debate que surge inevitablemente en las ciudades tras la implantación de estos sistemas de seguridad. Muchas personas sienten que el ser humano debería poder desplazarse por donde quiera y cuando quiera sin estar siendo vigilado, fotografiado o filmado. Los más radicales afirman que este sistema se asemeja a una prisión de cristal ya que las cámaras privan de la libertad que merecen los ciudadanos. Para otros, el problema radica en la información que pueden tener los Gobiernos; demasiada y muy valiosa, que podría utilizarse erróneamente para fines comerciales o incluso electorales.
Además, otro de los argumentos de los detractores de estas cámaras es que todavía no se ha demostrado que sean realmente efectivas sobre su principal objetivo; el de garantizar la seguridad. Según un reciente estudio de la Universidad Queen’s de Canadá, la delincuencia no se reduce, sino que se desplaza; e incluso a veces no llega ni a desplazarse puesto que, al llevarse a cabo de noche, las cámaras resultas inútiles al ser imposible reconocer a los autores de los hechos con tan mala calidad de imagen.
Recientemente se ha vuelto a abrir el debate con la propuesta de muchos países de instalar escáneres corporales en los aeropuertos; máquinas que desnudan literalmente al pasajero para comprobar que no llevan adosado al cuerpo ningún tipo de material peligroso, algo que pone de relieve que la histeria colectiva respecto a la seguridad está llegando a unos límites insospechados.
Por supuesto es importante la seguridad colectiva y es evidente que hay que luchar por ella con todos los medios posibles; en determinadas ocasiones el uso de cámaras de seguridad resulta indudablemente útil. Pero, ¿debemos incluirlas en cada rincón de nuestras ciudades, en cada ascensor de nuestras empresas?
La violencia y la delincuencia siempre existirán, son condiciones innatas de nuestra condición animal. No hay más que fijarse en cómo un pequeño gato puede acechar a un pequeño pájaro durante horas para acabar cazándolo finalmente y que un gran perro más fuerte que él logre robárselo. En este sentido, sí, posiblemente las cámaras ayuden a capturar a los delincuentes; podríamos hacer justicia y devolver al pequeño gato su pájaro y castigar al perro ladrón. Pero el perro seguirá robando presas… quizás haya que enseñarle a cazar por sí mismo.
Los millones de euros que se invierten en estos sistemas podrían destinarse al origen del problema; la delincuencia es la salida a la inestabilidad; para muchas personas con problemas de familias desestructuradas, sin medios, ni educación, ni posibilidades de encontrar un trabajo digno para lograr cierta estabilidad.
Logremos reducir la delincuencia, no aumentar las detenciones. Y respetemos la libertad, ya que estamos.
Carlos R. MOREIRA
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