Cada vez se conocen más casos de este tipo y son más las mujeres que se atreven a dar el paso y a denunciar. Lo que nos puede llevar a pensar que la violencia de género aumenta cada día más, pero lo triste y macabro del asunto, es que esos casos de violencia tanto física cómo psicológica siempre han estado presentes.
A pesar de que se hayan creado instituciones que protegen a las mujeres u hombres maltratados, aún tienen camino por delante para ser verdaderamente efectivas, ya que, además de la violencia y el maltrato físico también existe el maltrato psicológico, igual o más grave que el físico, por las secuelas que ambos comportan, pero menos contemplado y amparado por la ley.
Un maltrato psicológico considerado grave no es difícil de diagnosticar porque con un simple examen psicológico por parte de un profesional, se puede detectar. Pero cuando hablamos de un acoso y un maltrato psicológico considerado leve, la cosa se complica ya que analizando la situación desde fuera lo que tenemos es la palabra de una persona contra la de otra. En estos casos, ¿cómo se determina que realmente existe el presunto maltrato?
Lo mismo pasa cuando se quiere denunciar un caso de estas magnitudes. En base a un caso cercano con estas características, las fuerzas de seguridad, no pueden recoger este tipo de denuncias porque no hay nada “denunciable” a ojos de la ley. No existen pruebas físicas que respalden lo que se está denunciando, ya sean testigos, fotos o incluso mensajes de texto en el teléfono móvil que acusen explícitamente que se trata de un caso de acoso, la Policía no pueden actuar porqué no hay pruebas físicas que lo avalen.
Siendo un caso tan difícil de resolver y de actuar en consecuencia, se deberían plantear soluciones posibles para casos así. O acaso, ¿no tenemos derecho a mantener nuestra integridad física, moral y psicológica?