miércoles, 20 de enero de 2010

¿Será el siglo XXI una cárcel de cristal?


Puede que ya lo sea. Si echamos un vistazo a nuestro alrededor encontramos cámaras de vigilancia por todos lados. En las calles, en los parques, en los bancos, en los jardines de las residencias privadas, en las carreteras, en las tiendas. Todas ellas colocadas justificadamente por el bien de nuestra seguridad. Pero, ¿seguridad contra qué? Acaso no siguen existiendo los malos tratos, la pederastia, el terrorismo, las mafias, el tráfico de drogas, la drogadicción, la prostitución, los hurtos, los robos, los asesinatos.


Pero ya no solo son la multitud de pantallas que nos controlan, si no la posibilidad de que personas a través de Internet controlen nuestra actividad online. Sepan cuantas veces nos conectamos a Factbook, al Messenger, si compramos ropa online, dónde, qué y cuánto nos gastamos. En cuántas redes sociales estamos, qué música escuchamos, qué películas vemos e incluso cuánto tiempo pasamos en el WC para hacer nuestras necesidades.




Las cámaras de vigilancia públicas han resultado efectivas en la identificación de agresores o vándalos. Como en el caso de la indigente quemada en un cajero o de la joven musulmana agredida en el tren. Pero en casos del día a día no sirven de mucho, ya que los circuitos cerrados de visionado, se graban pero no hay nadie viéndolos.


Me gustaría comentar dos experiencias personales con cámaras de seguridad. Una me ocurrió hace cinco años en París, en la Gare du Nord, donde yo dejé abandonada una mochila y obviamente me la robaron. Cuando fui a hacer la denuncia, muy indignada, le comenté al gendarme que había visto cámaras en la estación que grababan la sala donde me robaron. El policía me miró sorprendido y me contestó que esas cámaras no eran para eso…supongo que querría decir que no iban a usar esas grabaciones para ver quien me había robado la mochila.



Como podéis imaginar salí de la comisaría echa una furia. ¿Para qué tanta cámara si luego, aplicado a la vida cotidiana de los ciudadanos no sirven de nada? No entendía para qué estaban esas cámaras allí, si habría alguien observando a través de ellas seguro que presenciaron el robo de mi mochila, pero claro como no era un ataque terrorista no merecía ningún tipo de actuación. Esto me recuerda a dejar de lado las cuestiones individuales para satisfacer las colectivas. Libertad individual a cambio de seguridad colectiva.


La otra experiencia me pasó en Suiza, concretamente en Lugano, en el cantón italiano del Ticino, donde estuve viviendo seis meses. Al principio de llegar, me llamaban la atención la cantidad de cámaras que había por todas partes. Asombrada, lo comentaba con los amigos. Primero me sentía molesta la saber que los suizos sabían las veces a la semana que iba a hacer la compra o salía de fiesta, a dónde iba, qué caminos tomaba….pero luego pensé, realmente que estén estas cámaras aquí, ¿me prohíbe hacer alguna cosa? Realmente no. Pero…me costó acostumbrarme a ellas.


Aunque no nos gusten y nos sintamos recelosos, nos tenemos que empezar a acostumbrar, ya que es una cosa que ha empezado y cada vez va a ir a más. Por nuestra seguridad, eso es lo que nos han vendido. Veamos si realmente son efectivas, a lo mejor no lo son contra los pequeños hurtos, pero contra un crimen o un atentado terrorista confío en que lo sea. Ya que estamos cediendo nuestra intimidad a cambio de la tan prometida seguridad.

Elisa Hernandez Angulo.

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